"Cuando doy comida a los pobres me llaman santo, cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Dom Helder Cámara. Obispo brasileño.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Nacionalismo y educación (parte I): Españolizar y catalanizar.

Masiva manifestación en el día de la Diada en el año 2012.


El ministro de educación Wert es un dechado de virtudes, y entre las que atesora está su enorme franqueza, su don para hablar sin tapujos. Como diría una anciana de mi tierra, el señor tiene una "boquita rayo". Eso permite que desgrane en su discurso un sin fin de "barbaridades", y que lo haga además sin control y sin los límites que impone lo politicamente correcto. Primero señala la obligación que tiene el sistema de enseñanza de "españolizar" a los niños, especialmente en lugares como Cataluña donde se sufre un déficit de españolidad. Después utiliza el tema de la educación en Cataluña como cortina de humo para encubrir las "salvajadas" de la nueva ley de educación: apoyo sin fisuras a la educación concertada, consolidación de la religión en la escuela pública, destrucción de la educación en valores y reducción a la mínima expresión de asignaturas como plástica, tecnología o música, permisividad total con la educación dividida en sexos propia de los centros concertados más integristas, etc. Además de todo esto, y digo además, la nueva ley se lanza ¡por fin! a solucionar "el drama de la educación en Cataluña", un drama que tiene embargado el futuro nada más y nada menos que de unas cuantas familias, no más de una docena, y que es postulado como un problema de dimensiones bibilicas que amenaza con destruir la salud del castellano en Cataluña y vulnera además el derecho a la educación de cientos de miles de personas.


El ministro de Educación Wert en rueda de prensa.

Lo primero que hay que dejar claro es que el modelo linguistico hoy vigente en Cataluña, cimentado sobre el uso del catalán como lengua vehicular, es apoyado por más del 80 por ciento de los catalanes y la mayoría de los partidos políticos, tan solo dos partidos lo rechazan, el cuarto y el sexto por número de votos y escaños (PP y Ciudadans). En segundo lugar, no más de una docena de padres han denunciado la situación, el resto la aceptan con mayor o menor agrado. En otras palabras, el idioma y el modelo lingüístico no es un problema para la inmensa mayoria de los catalanes. En tercer lugar, hay que señalar que el modelo aparentemete excluyente, resulta por el contrario integrador, no separa a los alumnos por su procedencia o su idioma e intenta integrarlos de forma igualitaria en la cultura linguistica propia y dominante, la catalana. Ni segrega ni excluye, incluye. Solo excluye a quien se quiere excluir: aquellos que crean un problema donde no lo hay, embargados por el fanatismo característico del nacionalismo a ultranza -español en este caso-. Vivir en un lugar, dando la espalda a su cultura, no solo evidencia una notable arrogancia, sino una total torpeza, que puede además dificultar el normal desarrollo de la vida diaria de aquellos que toman tal actitud.
Frente a ese sistema de enseñanza basado en el uso del catalán como lengua vehicular, que al parecer educa en el nacionalismo catalán y el rechazo a España, que "catalaniza" a los niños, surge la necesidad de que el sistema se ponga al servicio de una labor contraria, la de "españolizar" a los alumnos. El recurso a dicho término no es casual ni baladí, Wert sabe lo que dice, sabe lo que significa lo que dice, lo que hoy supone y lo que supuso en tiempos anteriores, sabe que podía despertar los viejos demonios del pasado, en otras palabras, era consciente de que lanzaba una provocación, algo en lo que es un maestro y se gusta.  Y que significa "españolizar", pues lo único que puede significar y lo que único que históricamente significó: uniformizar, y uniformizar en España históricamente ha sido sinónimo de castellanizar. Así lo hicieron los borbones del siglo XVIII o los liberales del siglo XIX, así lo hizo la Restauración en los inicios del siglo XX y así lo hicieron posteriormente dictadores como Primo de Rivera o Francisco Franco. Españolizar significa, por tanto, el rechazo frontal a aceptar que estamos en una realidad plural, que existen naciones diferentes que también forman parte de España. Significa no entender la realidad de este país, que nos pese o no, es enormemente diversa, significa optar por el nacionalismo español, el mismo que durante la época contemporánea fracasó estrepitosamente en su intento de homogeneizar y construir una nación uniforme, el mismo que por su propio fracaso e impotencia, se ha mostrado siempre tan agresivo y prepotente. Su arrogancia encubre su enorme frustración e inseguridad, lo que lo hace más virulento y visceral si cabe. Los muchos nacionalistas españoles existentes querrían que España "fuera como los demás" y como no lo es, como no es Francia o Alemania, buscan culpables y los encuentran en el nacionalismo catalán o vasco, que de forma artificial y contra la real naturaleza de las cosas -según la cual España es una nación desde siempre y por siempre- ha construido quimeras ridiculas a base de inocular mentiras en el corazón de los catalanes. Ese nacionalismo español, atormentado por sus propios miedos, obvia la verdadera historia de España, la lucha brutal y recurrente entre fuerzas centrífugas y centrípetas, que se mostraron de diversas formas a lo largo de la Contemporaneidad. El enfrentamiento entre los borbones y los antiguos reinos de la corona de Aragón a principios del siglo XVIII y que supuso el fin de la autonomía catalana con la conquista de Barcelona por Felipe V, las batallas abiertas entre el carlismo -que incluyó entre sus principios la defensa de los fueros para conseguir el apoyo de los campesinos vascos y navarros- y el liberalismo centralista que se hacía con el poder a mediados del siglo XIX, la aparición de las tendencias federalistas entre los republicanos durante el Sexenio Revolucionario o las tensiones generadas por el centralismo creciente de la Restauración borbónica que desembocaron en el nacimiento de los nacionalismos a finales del siglo XIX. La dictadura de Primo de Rivera convirtió su anticatalanismo en algo enfermizo y las tensiones generadas estuvieron en la base de la caída de la dictadura, y durante la II República la puesta en marcha de la autonomía catalana provocó enormes enfrentamientos que desembocaron en el golpe de Estado de Franco. El nuevo régimen franquista durante casi cuarenta años impuso su feroz nacionalismo español y persiguió incansablemente las culturas no castellanas, aunque como hoy se ha visto fracasó estrepitosamente en la consecución de sus objetivos homogeneizadores. Siempre hubo unas tensiones muy fuertes entre el centralismo y la descentralización en este país, y siempre las habrá. La transicion pareció eliminarlas con la creación del Estado de las autonomías,  pero lo hizo en falso, porque lo hizo, como con casi todo, desde la indefinición Y hoy, lo que para unos fue un pacto de mínimos -los sectores nacionalistas vasco, catalán y gallego- desde el que avanzar en la creciente descentralización, para otros fue un pacto de máximos -la derecha nacionalista española- y no están dispuestos a ceder más. Es más, consideran que se ha ido más lejos de lo pactado y plantean una vuelta atrás.

La defensa del uso del catalán como lengua vehicular en la enseñanza
 cuenta con iniciativas importantes desde princiios del siglo XX.
Asociaciones e instituciones de diverso signo y condición se
 involucran en tal proyecto.



Una y otra vez se dice que el nacionalismo y el independentismo han crecido gracias a la educación  catalanista imperante en las últimas décadas, que ha catalanizado a la juventud: "De estos polvos estos lodos" como suele decir el presidente extremeño Monago, ese intelectual de vasta cultura y absorbente oralidad que hoy sufrimos en esta tierra. Resulta bastante arriesgado realizar tal afirmación, porque según dicha relación, los cuarenta años de franquismo, con su política de agresiva españolización  y castellanización, que determinó la vida de los catalanes en los más diversos ámbitos, desde la educación y la cultura hasta la administración, debería por lógica haber generado un aumento aplastante del sentimiento de españolidad, algo que a todas luces no ocurrió. Tras cuarenta años nacionalismo del de "Una, grande y libre" y de imposición del castellano como única lengua en la esfera de lo público, los catalanes no se sentían en los años 70 más españoles, y si pareció crecer ligeramente el sentimiento de españolidad, no fue porque los catalanes se sintieran más identificados con lo español, sino porque todavía existía miedo a expresarse libremente y sobre todo por la llegada masiva desde los años 60 de una masiva inmigración, población procedente de otras zonas de España, de cultura y lengua castellana que llenaron las ciudades industriales, sobre todo las del cinturón metropolitano de Barcelona, gentes que llegaron y no pudieron ser integrados en la nueva cultura y lengua, sencillamente porque ésta estaba perseguida y prohibida.  Fueron, sin saberlo, la punta de lanza de un proceso de españolización, que hoy se sabe fracasado. Lo que ha permitido la democracia y el sistema educativo vigente es que sus hijos y nietos se hayan integrado en la sociedad catalana definitivamente, sin barreras idiomáticas y culturales, en plena igualdad gracias al conocimiento profundo del idioma propio de la tierra en la que viven, permaneciendo en su mayoría como bilingües.   
El nacionalismo no ha hecho sino crecer a pesar de que durante casi dos siglos se castellanizó sin piedad. Alguien deberían reflexionar sobre ello. El sentimiento de los catalanes como pueblo es algo incuestionable y no es menos artificial que el sentimiento de españolidad de la mayoría de los españoles y también de algunos catalanes. Es por ello que la única forma de vivir juntos es dialogar y llegar a puntos en común, no se puede obligar a nadie a asumir sentimientos que no comparte. Hay que tender puentes entre las orillas y no dinamitarlos. Cuarenta años de Franquismo rompieron muchos lazos y ligaron el concepto de España y sus simbolos a la represión ejercida y el desprecio mostrado a la cultura catalana. No hagamos otra vez lo mismo.