"Cuando doy comida a los pobres me llaman santo, cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Dom Helder Cámara. Obispo brasileño.

martes, 1 de enero de 2013

Justicia o Caridad

¿Mugroso o necesitado?

Llega la Navidad y con ello los accesos casi compulsivos de consumismo, tan vital como denostado. Pero, quizás más navideños todavía son los "agresivos y viscerales ataques de caridad", cristiana o no. Nos volvemos iracundos caritativos. Cada Navidad la caridad vuelve con renovada fuerza, "es momento de entregarse a los demás"...dicen. Pero esta Navidad la cosa está peor aún, porque es la Navidad de la crisis y la crisis también es momento para la caridad, por lo que tenemos doble ración. Y es que la caridad es la gran beneficiada de la crisis actual, desde sus comienzos ésta se ha multiplicado. Como gustan decir los sacerdotes con su jerga caritativa: "hay más necesidad, pero también la gente ayuda más".
Y paralelamente al crecimiento de la caridad, el retroceso feroz de la justicia, que mengua según se consume su aliado natural, el estado de bienestar. El retroceso de uno alimenta el otro, el avance del primero acogota al segundo, como si fueran partes de una misma realidad: doctor Jekyll y el señor Hyde.
Y en tal situación se consumen de "cristiana felicidad" los sectores sociales más conservadores, los hombres autodenomiados "liberales", aquellos que argumentan no depender de nadie y no necesitar a nadie, esos que por naturaleza son la casta más caritativa existente. Porque los mismos que odian a muerte la justicia, la igualdad y al Estado, aman la "la caridad verdadera", la beneficiencia, son ellos los que se llenan de lágrimas ante la miseria sumisa, se derrumban piadosamente ante los ojos cabizbajos del que pide, ante el agradecimiento del necesitado saciado. Muchos colaboran de mil maneras con los comedores de Cáritas (la "gloriosa Cáritas", venerada porque además de eficaz es cristiana) o con los bancos de alimentos, o con los abnegados misioneros, ...siempre pensando en los necesitados, los pobres, los negritos, los desvalidos, todos apelativos muy navideños, llenos de candidez y ternura. Paralelamente retrocede la figura del ciudadano, del hombre, de la persona, con sus derechos, hacia el que las instituciones públicas tienen unas obligaciones. Va desapareciendo el hombre altivo con su dignidad intacta, que cobra su pensión, su cobertura de desempleo, su asistencia social, su ayuda por dependiente, ¡su dinero!, que es suyo por derecho, porque procede de un Estado que está en la obligación de cubrir sus necesidades, las de todos. Vuelven las ordas de hombres con cabeza gacha que llaman a las puertas, que recurren a la parroquia, que cogen lo que les dan otros, no lo que es suyo por derecho. Y volverán pronto las imágenes más conmovedoras y clásicas que alimentan la caridad: los minusválidos a las puertas de la iglesia (las ayudas a la dependencia se han restringido hasta un 50%).
Curiosamente los más desaforados enemigos del Estado y la justicia son los más comprometidos con la caridad. En nombre de Dios, se oponen a la subida de los impuestos directos, de impuestos como los de sucesiones, de los impuestos a las fortunas, dinero que podría recaudar el Estado para cubrir las necesidades sociales; pero a la vez participan activamente en las "operaciones kilo" y son activos voluntarios en las parroquias. Ayudan a los misioneros comprometidos y las monjitas de kenia, pero no quieren que un "negrazo" sin papeles sea atendido con sus impuestos en la sanidad española y "flipan" con el costoso despliegue de medios que de vez en cuando se pone en marcha para salvar a los "moracos" de las pateras. Están "hasta los cojones" de la ley de dependencia creada por Zapatero, puesta en marcha con sus impuestos, pero si ven un minusválido en la puerta de iglesia se pegan por darle monedas y si por la tele sale un caso de esos sangrantes cogen raudos el teléfono para ofrecer su ayuda ante la aprobación de la audiencia. Odian la ayuda a la cooperación pero se ceban en las campañas del Domund.. Están hasta las narices del puñetero paro, y de la vergüenza de los cuatrocientos euros, "que cobran los que no deben", pero los ves ayudando en los comedores sociales y como voluntarios en el banco de alimentos. Odian la enseñanza pública, sus hijos y nietos están en la concertada religiosa, pero se unen fervorosamente a cáritas para alfabetizar en sus ratos libres y en cursos por la tarde a las "gitanitas" analfabetas.
Cuando hablan de caridad se les llena la boca con "desvalidos" y "necesitados", y si a esos mismos los ven en las colas del paro, colapsando las urgencias o llegando al país en las pateras, les llaman "andrajosos", "mugrosos" o "zarrapastrosos", y si son extranjeros además  "panchitos", "moros asquerosos" o "sudacas".
Aunque tanto cinismo e hipocresía debería de sorprenderme, no lo hace. Esa realidad la conozco desde siempre. Mi padre ya me hablaba cuando era un niño de ese comportamiento... y de los hombres que lo hacían. Más tarde, como historiador, pude corroborar tales valoraciones. El mismo terrrateniente, hombre cristiano y de orden, que en la posguerra extremeña habría las puertas para dar la "sopa boba" a los necesitados, los atenazaba de hambre con sueldos miserables y acaparaba ferozmente la tierra. Ese mismo terrateniente, había consentido que esa misma noche "sus" guardias civiles mataran a palos a un hombre por un saco de bellotas, que el desgraciado robaba a los cerdos del señorito para poder salvar del hambre a sus muchos hijos. Ese buen cristiano no quería justicia, ni hombres que exigieran lo que era suyo por derecho, quería bestias humilladas que agradecieran su infinita compasión, a la vez que respetaban las reglas del orden y la propiedad. Tras la guerra civil y con los años del hambre de la posguerra, desaparecieron las miradas altivas y desafiantes de los luchadores sociales y volvieron las cabezas gachas de los hombres agradecidos por tanta bondad. Era el reino de la caridad, pero sobre todo el imperio de la injusticia.
Hoy, caminamos de nuevo, salvando las distancias, en esa dirección, y la verdad es que me entristece. Es en momentos como estos cuando vienen a mi mente las palabras que hay en la cabecera de este blog, pronunciadas por el obispo brasileño Dom Elder Cámara: "Cuando doy comida a los pobres me llaman santo, cuando pregunto porqué son pobres, me llaman comunista".