"Cuando doy comida a los pobres me llaman santo, cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Dom Helder Cámara. Obispo brasileño.

miércoles, 13 de junio de 2012

LA DIFÍCIL SALIDA A LA CRISIS


Detrás de la gestión como ministro y como gestor de Bankia de hombres
 como Rato, están las bases de la crisis.

La dinámica en la que vivimos es abrumadora. Los gobiernos actúan, pero al dictado de órdenes ajenas. El ministro de turno ejecuta, el parlamento legisla, pero detrás unos poderes reales -ya no en la sombra- mueven los hilos con absoluta impunidad. Los mercados -formados por legiones de especuladores- presionan, las instituciones europeas -es decir Alemania- recomiendan y enmiendan, la patronal - ahora empleadores- exige. Todos esos "no poderes" gritan sus verdades con descaro. Y los políticos se limitan a ponerlas en práctica, especialmente los que hoy gobiernan -léase el P.P.-, que lo hacen además de buen grado. Los gobernantes actuales nos han convencido  con perversa maestría de que la crisis es consecuencia de la mala gestión y el despilfarro de los socialistas: es el mal gobierno, el descontrol del déficit del "semidelincuente" Zapatero el que nos ha llevado a donde estamos. Y en tal valoración está el principio y la clave de su impunidad, de la impunidad con que están actuando para destruir el estado de bienestar, o más bien la reducción drástica del peso del Estado en la economía y la sociedad española. Han conseguido convencer a grandes capas de la población de que la crisis es producto de los malos gestores y que los mercados se ceban sobre nuestro país por esa supuesta mala gestión, la que además ha obligado a Europa a  rescatar nuestro sistema financiero. Olvidan que la hecatombe de nuestro sistema financiero está en su exposición a la burbuja inmobiliaria y que su detonante ha sido la ruina de Bankia, producto de una fusión suicida de las cajas con más activos tóxicos inmobiliarias, promovida por las comunidades dirigidas por el PP, leáse Valencia y Madrid. Olvidan y nos hacen olvidar que la crisis es producto del hundimiento y estallido de la burbuja inmobiliaria, del hundimiento de la economía basada en "el ladrillo" - creación del propio Rato, el mismo que hasta hace poco dirigía ese monstruo llamado Bankia- y del consiguiente hundimiento de los ingresos del global de las instituciones públicas, lo que ha provocado un desfase rápido y dramático entre los ingresos y los gastos existentes. Olvidan que la crisis es también producto de la desregulación del sistema financiero, de la especulación sin medida, que el PP cuando estaba en el gobierno defendió hasta la estenuación. En fin, fue el neoliberalismo y la especulación con mayúscula, base del modelo económico asentado por el gobierno de Aznar-el PSOE fue responsable de no intentar variar la dirección trazada-, lo que nos condujo a la crisis, no el excesivo déficit o los supuestos gastos desorbitados del Estado. Se creó una economía de mentira convertida en una burbuja que nos ha estallado en la cara. Y el problema es que las burbujas no desaparecen poco a poco, si no que pasan del todo a la nada en un instante.


La siguiente barbaridad es la solución que han encontrado los nuevos "popes" del liberalismo. Ya que el problema es el déficit publico y el escesivo gasto del Estado, eso aseguran nuestros gobernantes, resulta que la solución está en reducir a su mínima expresión tanto el Estado como su capacidad de gastar. Y si el paro es brutal, es consecuencia también de las leyes laborales vigentes, no de la crisis, por lo que con una nueva legislación se soluciona el problema. Olvidan de nuevo demasiadas cuestiones que deberían de tener en cuenta: no habrá consumo sino hay estímulos al crecimiento, y esos estímulos al crecimiento en época de crisis solo los puede realizar el Estado. Si no hay consumo no puede haber crecimiento de la economía y por ende sin éste no puede haber crecimiento del empleo. Una lógica aplastante que ya nos enseñó la crisis de los años treinta. Pero claro, los neoliberales y/o conservadores, o como se les quiera llamar, no soportan esa lógica, porque supone dar al Estado un papel central en nuestras vidas y en las de las sociedades europeas. La reforma laboral en sí mismo no sirve para nada -salvo para merendarse un siglo de lucha obrera-  sino se relanza la economía. Eso es obvio, y hasta los mismos que han parido dicha reforma lo empiezan a reconocer. Vamos en la dirección opuesta al sentido común.

Angela  Merkel representa la obsesión de Alemania por los ajustes y el
control del déficit.

Algunos esgrimen que Alemania ya hizo esas reformas hace años, y pasó del estancamiento al crecimiento  y el progreso, aumentando su competitividad. Pero España y el sur de Europa no es Alemania, ni el contexto económíco de entonces es el de ahora. Alemania hizo sus reformas, sobre la base de una economía industrial de vocación exportadora y con altos niveles de competitividad, que además en ese momento estaba rodeada de países en bonanza que podían comprar sus productos. La Europa del sur no ha sido nunca un ejemplo de competitividad y por tanto no ha desarrollado economías exportadoras,  sino basadas en un consumo interno que ahora, en plena crisis, se ha hundido, y para colmo, estamos en un contexto marcado por una crisis mundial que está ralentizando hasta la economía china. En ese contexto solo el Estado puede hacer de locomotora, gastando e invirtiendo -aunque sea con comedimiento- para arrastrar  una economía deprimida, y solo cuando ésta esté en plena marcha puede y debe apartarse para dejar al ámbito privado desarrollarse. Es como cuando en un final de etapa de una carrera ciclista determinados corredores disparan el pelotón para colocar a sus esprinter, y en el último momento se dejan caer y se apartan, cumplida ya su labor. Lo que no se puede hacer y resulta una locura, es en medio de una economía exhausta, marginar al Estado en aras del sacrosanto control del déficit público. Entre otras cosas porque los mercados, absolutamente esquizofrénicos, se empeñan en castigar la falta de control del déficit, pero a la vez no perdonan el escaso crecimiento económico. Por eso no se calman, aunque les ofrezcamos déficit reducidos, desconfiarán siempre de economías que no muestren síntomas claros de crecimiento y en países como Grecia y España, si el Estado no gasta el crecimiento y la salida de la crisis se antoja difícil. Lo que no sé es como los actuales gobernantes, sabiendo esto, duermen tranquilos...



1 comentario:

  1. A eso se añade, José, una falta de autoridad única europea, una ausencia de una verdadera unidad económica y, sobre todo, política y un Banco Central Europeo cercenado en sus cometidos.

    ResponderEliminar